lunes, 25 de junio de 2012

un puzzle...


Somos un conjunto de características, de recuerdos, de deseos, de frustraciones, de mil cosas que hacen de nosotros la persona que somos.

Somos un puzzle a medio terminar, un puzzle del que vamos perdiendo algunas piezas por el camino y encontrando otras. Siempre a medio hacer, siempre reinventándonos.

Las fichas que nos componen son muy variadas y no siempre podemos elegirlas (lo que quiere decir que, otras muchas veces, sí que podemos deshacernos de aquello que no nos gusta, y cambiarlo).

Somos nuestros miedos, pero también somos nuestra capacidad de sobreponernos a ellos.

Intentamos dejar de ser aquello que olvidamos, echándolo de nuestro lado y de nuestra memoria, pero inevitablemente seguimos siendo parte de lo que éramos cuando lo recordábamos, porque cada experiencia nos marca un poquito y todo lo vivido deja cicatrices que no siempre podemos borrar sólo por desearlo.

Somos también parte de aquello de lo que nos rodeamos. Nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros amores... hacen marcas en cómo somos y cómo seremos mañana. Son más piezas que nos completan, sin las que no seríamos los mismos.

Somos un puzzle en continuo movimiento, con dibujo cambiante pero siempre teniéndonos a nosotros como imagen de fondo. Y ese puzzle -al menos, mi puzzle- nunca está terminado, por lo que siempre que nos detengamos a mirarnos en el espejo, siempre que pensemos detenidamente en quiénes somos, en nosotros mismos... nos atacará una sensación de estar incompletos, de que algo nos falta, de que no somos un ente estable y definido. Un pequeño vacío latiendo dentro.

Pero es normal. Son las piezas del puzzle que nos están esperando allí, tras la esquina o un poquito más lejos. Porque tiene que haber sitio para ellas, para las nuevas experiencias, las nuevas personas con las que nos cruzaremos y que también tienen que dejar su huella en nosotros.

Así que, claro, nunca estamos completos, y cargamos siempre con ese pequeño vacío a nuestra espalda.

Porque sin él, sin ese vacío, no habría hueco para nada más. Para más piezas, más sueños, más amores, más amigos que hoy no conocemos, más experiencias.
¿Quién querría andar siendo un puzzle en el que no cupiera una sola pieza más?
Así que ese vacío que a veces nos ahoga... no deja de ser una suerte.

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